Del Campo a la Ciudad

Del Campo a la Ciudad stábamos sentados tomando mates, como siempre lo hacíamos todas las tardes; Joaquín miraba atentamente el agua caer sobre la yerba verde del mate, mientras que el abuelo Jorge, persona reconocida por sus anécdotas, servía esos mates dulces que hacían bailar a la lengua. También estaba Pacha, la abuela que hacía las más ricas empanadas, que al mirar a su alrededor recordaba miles de recetas. Y por último estaba yo, una niña de once años de edad, con el sueño de conocer algún día más allá de las vacas, los caballos y los chanchos, siempre aferrada a mis sueños.
En fin, después de unas buenas rondas de mates mi abuelo nos ordenó levantarnos e irnos a la casa, porque ya estaba anocheciendo. Así que muy obedientemente nos metimos a la casa. El abuelo tomó una carta y nos sentó en el sillón, con voz firme y clara nos leyó lo escrito.
Decía que el primo de mi abuelo había muerto y nos había dejado su casa en la ciudad. Nadie se puede imaginar la alegría que me dió la noticia, mis sueños se habían hecho realidad. Salí corriendo pera hacer el bolso, que en un minuto quedó terminado. Pero de pronto pensé, que haría con la escuela y con mis amigos, y bueno tendría que comenzar una nueva vida sin ellos. Al otro día ya estaba todo preparado para emprender el viaje, y fue así como marchamos a la ciudad.
Después de dos días de andar y andar llegamos a la ciudad; era más linda de lo que había pensado. Estaba llena de edificios altos, de autos, de comercios y de gente caminando, sería hermoso vivir allí. Cuando entramos a la casa no lo podíamos creer, eran cuatro paredes de dos por dos, sin ningún pedacito de pasto, nada parecido al campo. Decidimos ir a dar una vuelta para conocer el "nuevo mundo", pero que sorpresa nos llevamos cuando quisimos caminar, era imposible pasar con tanta gente, así que nos volvimos a la casa.
La tarea más difícil que tuve que afrontar fue hacer amigos nuevos, ya que en la escuela de lo único que hablaban todos era de "FACEBOK" de "TIUTI", y de "MANSAGEIR", cosas que en el campo no existían. Pero no era la única, al abuelo, a Pacha y a mi hermano Joaquín tampoco se les hizo fácil acostumbrarse. Después de una semana vimos que las cosas no iban bien, nadie se pudo acostumbrar al nuevo estilo de vida. Se hizo de noche cuando el abuelo nos reunió a todos y nos dijo que nos íbamos a volver al campo. Creo que nunca estuve tan felíz, siempre había sido mi sueño conocer la ciudad, pero al fin y al cabo entendí que por mis venas corre "SANGRE GAUCHA".

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Sobre el Autor

Micaela Marcheta, de Ituzaingó, Argentina

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